Esa mañana un rayo de sol encontró la manera de colarse entre las hojas espesas de los altos árboles del bosque, yo terminaba mi caminata y pude contemplar cómo junto con ese resplandor se elevó un pequeño “mishito” o algodoncillo, muy similar al diente de león o las semillas voladoras que poseen esa textura de finos y espumosos hilos blancos. Realmente son un espectáculo, dondequiera que ande una de estas semillas, un momento cotidiano, puede volverse un instante de alegría, ilusión y sentido de rapidez por atraparla.
Semanas más tarde, quise replicar el momento, soplando un diente de león. Todo parecía perfecto, tenía el mejor fotógrafo, un hermoso viñedo como paisaje natural y un campo en el que abundaban los dientes de león. Por un instante me sentí el lobo en la historia de los tres cochinitos, “sople y sople” y entendí que no se desprenden tan fácilmente.
Esto me hizo pensar en todas esas veces que trato de elevar o mover las circunstancias en mis propias fuerzas. En ocasiones lucho por generar asombro en la vida de otros, por traer alegría, soluciones; genuinamente lo intento pero el momento mágico no se produce al hacer caras chistosas intentando soplar fuerte.
En nuestras fuerzas nos fatigamos y cansamos, pero en Dios tenemos todas esas maravillosas promesas escritas en su palabra en las que podemos esperar ser elevados por un VIENTO MAYOR.