lunes, 4 de febrero de 2019

Castillos de arena

En una playa del Pacífico de Guatemala, el sol destacaba la sal entre los rústicos granos de arena negra. Las tres niñas unían esfuerzos para elaborar el castillo de arena; entre tanto que los dos varoncitos hacían el largo camino en forma de canal para que el agua espumosa lograra llegar hasta el área excavada para el lago dispuesto frente al castillo. Todos perdían la noción del tiempo mientras que en el cabello se les quedaban prendidos los rayos dorados de sol y la piel se les tornaba color trigo. ¿Podían pedir más felicidad los padres de estos niños, quienes admiraban todo el proceso y colocaban su cuerpo sobre la playa a manera de rompeolas? Ellos se encargaban de consolar con risas, abrazos y un chapuzón de agua fresca a la niña que lloriqueaba cuando una ola destruía la ingeniosa edificación construida con muchas cubetadas de arena en recipientes plásticos de brillantes colores y botecitos cilíndricos que un día habían sido el estuche de un rollo fotográfico. 
Qué le dirías a la niña cuando 30 años más tarde las olas de la vida y las circunstancias adversas han traído abajo algunos de sus castillos; ella se pregunta si tendrá el poder para delimitar hasta dónde puede en su vida (mente) llegar la ola de devastación. 
La respuesta no es tan evidente en lo superficial; donde en ocasiones solo quedan los restos de arena lavados y deformes; pero en el interior algo hermoso sucede y es que puede permanecer intacto el castillo aunque por fuera la ruina, enfermedad y dolor hayan llegado a intentar desvanecer todo. Y es que Dios es el que pone límites a las circunstancias externas pero con su fiel amor y consuelo protege como un enorme rompeolas nuestros sueños y nuestro corazón.

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